Resumen: Juan Rulfo, escritura y sobrevivencia
RESUMEN:
Juan Rulfo, escritura y sobrevivencia
Juan Rulfo nunca consideró la escritura como un trabajo profesional. Escribía por gusto mientras se ganaba la vida como funcionario en Gobernación o como vendedor de llantas. Su sacrificio personal nos subsidió a nosotros sus lectores.
Juan Rulfo estaba por cumplir treinta y ocho años cuando se publicó Pedro Páramo. Entre la publicación de su novela y la muerte de su autor transcurrieron más de tres décadas que vieron crecer el prestigio del escritor; su novela y los cuentos reunidos en El llano en llamas (1953) se llevaron a más de medio centenar de lenguas, y los tirajes en español se reprodujeron por cientos de miles. A los diecisiete años el escritor abrazó su libertad e inició su trabajo escritural.
Rulfo nunca consideró la escritura como un trabajo profesional y no le interesó lucrar con el oficio de escritor. Además de los cientos de textos introductorios y cuartas de forros que como editor escribió en las publicaciones del Instituto Indigenista, se conocen unos sesenta textos entre prólogos, presentaciones, ponencias, monografías; existen unos cuatrocientos más sobre arquitectura, casi todos inéditos. También fue un creador excepcional de imágenes. Dejó un archivo de unos seis mil negativos. El ejercicio de la escritura y la fotografía fueron para Rulfo una afición: “Para mí el único oficio es el de vivir.”
Conciliar el trabajo creador con la sobrevivencia cotidiana fue unos de los mayores retos en la vida de Rulfo quien provenía de familias adineradas de los Altos de Jalisco: el abuelo materno, Carlos Vizcaíno, había sido un millonario filántropo benefactor de los huérfanos de la región; la abuela materna quería que su nieto fuera sacerdote y la paterna que siguiera la abogacía como profesión y uno de los motivos que lo llevaron al seminario fue la ilusión de viajar a estudiar a Europa donde resplandecían los sueños y proyectos de todo aspirante a escritor.la lectura vertebró muchos años los derroteros de su vida, era habitual que se amaneciera leyendo. Los libros mitigaron una vida sin sosiego. Con ironía llegó a escribir: “a todos los que les gusta leer mucho, de tanto estar sentados les da flojera hacer cualquier otra cosa”. Estaba dotado de una sensibilidad que se enriqueció en su contacto con las artes, en particular, la música clásica y la pintura. Y aunque era más adaptable que cuanto podría suponerse, denotaba cierta impericia frente a resoluciones cotidianas y asuntos prácticos.Los últimos veintitrés años de su vida Rulfo trabaja en el Instituto Nacional Indigenista (ini) en puestos editoriales: de redactor y corrector de textos de antropología social a jefe del departamento de publicaciones. La fama crece; las invitaciones al extranjero se hacen cada vez más frecuentes y las ediciones de su obra se multiplican en distintos sellos editoriales. La crítica académica sobre su obra se vuelve una industria; llegan los honores de Estado que él recibe con azoro y entusiasmo trenzados.
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